1.000 mujeres asesinadas desde 2003. Más que las personas asesinadas por la banda terrorista ETA en los 40 años de su historia, más si quiera, que en los ataques terroristas en Europa, como el 11M o los atentados de París. Todas esas personas asesinadas, de forma injusta y cruel, pero solo son las víctimas de atentados las reconocidas como víctimas de terrorismo. Un terrorismo que siembra el terror y que arrebata vidas. ¿Qué es acaso la violencia de género?
1.000 y la estadística solo contempla a las asesinadas a manos de sus parejas o exparejas. La estadística no incluye las mujeres asesinadas por hombres que no conocían, las víctimas por prostitución y trata, o las víctimas como madres, hermanas o amigas de las mujeres maltratadas y que también han sido asesinadas en algunas ocasiones junto a la víctima. Son más. Siempre son más. 1.000, aún con un Pacto de Estado. 1.000 y aún hay partidos que cuestionan la violencia de género y que quieren eliminar ese término. 1.000 y aún osamos llamarnos sociedad progresista, y osamos ponerle la etiqueta de feminista.
1.000 y aun así, un porcentaje de ellas sí había denunciado. Eso quiere decir que un porcentaje de esas mujeres víctimas de violencia de género, tuvo la fuerza y el valor de denunciar a sus maltratadores. Imagino cuánto les pudo costar, cuánto miedo tendrían y por qué cosas pudieron atreverse. Aun así, la justicia no pudo protegerlas, aun así, ellos ganaron y les arrebataron la vida.
Sí, la falta de denuncias sigue siendo uno de los principales problemas. Las mujeres siguen sin denunciar y la mayoría no lo hace por miedo. ¿Cómo garantizarle a la víctima que no le costará la vida si la justicia no siempre puede protegerlas?
No denuncian por miedo, pero tampoco lo hacen por pena y por vergüenza. Vergüenza, una palabra que ha perseguido a la mujer durante toda su historia. Vergüenza y culpa si abusan de ti, si te violan, si te intimidan, si te maltratan. Por ser tú culpa, por buscártelo, por no ser suficiente. Vergüenza, por haber fallado a la sociedad, por el qué dirán. Vergüenza y culpa por vivir en una sociedad que sigue señalando a la víctima, poniéndola en cuestión e incluso culpándola, aunque hayan sido cuatro hombres contra ti en un portal.
Ana Orantes fue la primera mujer en contar de forma pública en 1997 que su marido le maltrataba desde hacía cuarenta años. Millones de personas vieron aquel programa de televisión en la que la mujer relataba el calvario que sufría. Trece días después su marido la asesinó, quemándola viva. Aquello removió conciencias, empezó a poner en cuestión el término “maltrato doméstico” y a instar al gobierno (entonces el de José María Aznar, del PP) a aprobar leyes en esta materia. Diecisiete años después, en 2014, el PP votó en contra de la proposición no de ley para instar al Gobierno a promover un Pacto de Estado contra la Violencia de Género, promovida por el PSOE. Ahora, aprobado el Pacto, aún estamos lejos de que sea todo lo eficiente que se pretende, pese a que es indiscutible los avances en esta materia gracias a él.
Las 1.000 mujeres asesinadas han sido las contabilizadas des de 2003 y, como hemos dicho, solo contempla las asesinadas por sus parejas o exparejas. ¿Se imaginan cuántas hubo antes? ¿Cuántas eran asesinadas mientras en el Congreso aún se cuestionaba si debía existir ese pacto o no?
Decenas de menores han sido asesinados a manos de sus padres o de las parejas de sus madres. En algunas ocasiones, junto a sus madres, en otras, el maltratador decidió dejar a su madre con vida, llevando a cabo el peor maltrato que puede existir para una madre. Víctimas invisibles hasta hace poco, cuando el Gobierno decidió incluir a estos menores en la lista de víctimas de violencia de género. Des de 2010, 83 menores asesinados, solo 27 se recogen en las cifras oficiales.
No son 1.000, son más, y España debe cambiar su forma de recoger estos datos, que no se ajustan a la realidad y que no incluyen a todas las víctimas. Debemos cuantificarlo correctamente, porque si las estadísticas son imprecisas, los datos que sacaremos de ellas, también lo son. Debemos poder hacerlo para poder avanzar como sociedad, por hablar con justicia sobre todas las mujeres asesinadas, por cuantificar la violencia de género de forma correcta y abordarla mejor.
Sociedad desigual, en los hogares, en los cuidados, en los trabajos, en la calle. Desigualdad que asusta en 2019.
Sociedad que culpa y señala, que pone en cuestión. Sociedad en la que los jóvenes creen que tienen el derecho a controlar los móviles de sus novias e incluso a mantener relaciones sexuales aunque ellas no quieran. Sociedad que educa con el porno. Justicia que no da ejemplo, manadas que se multiplican.
El maltrato y asesinato es solo la punta del iceberg de la violencia de género. ¿Se imaginan cuántas víctimas existen desde la base hasta la punta de ese iceberg? ¿Pueden ver lo lejos que estamos como sociedad de etiquetarnos como feminista mientras tenemos esto a nuestras espaldas? No avanzaremos mientras las mujeres en este país sigan siendo asesinadas y violadas por el simple hecho de serlo. No educaremos a nuestras hijas libres mientras sepamos que existe un porcentaje de que se sumen a esa estadística. Ninguna mujer será libre mientras los maltratadores y violadores sigan creyendo que pueden hacerlo. No habrá progreso con machismo, con misoginia y con desigualdad. No hay civilización si se impone la barbarie.
Política, justicia y educación feminista como única forma para cambiarlo todo.
Por Claudia Acebrón,
Secretaria de Feminismo y LGTBI de la JSC Baix Llobregat