La cara más mezquina del sectarismo de derechas se ha dejado ver con las declaraciones de Jose Luis Rodríguez Almeida tachando a la cultura como medio político para llevar a cabo acuerdos presupuestarios y como un aspecto débil de la izquierda. Las palabras reflejan también la crueldad del hombre. Un odio al pensamiento ajeno. Y la desesperación por eliminar el tiempo dedicado al ser libre.
La literatura no es ni política ni una debilidad. Simplemente, es el amor, la pasión y la perseverancia con el que, escritoras y escritores como Almudena Grandes, nos han ido regalando lo más íntimo de sus pensamientos y virtudes para argumentar a la cultura como algo necesario, esperanzador, reivindicativo, y como el único camino por el que una sociedad podría llegar a alcanzar una libertad.
Está claro que queda un largo trecho por recorrer buscando el inicio de ese camino. Deberíamos dejar atrás los sectarismos. Todo lo que impiden tiene nombre: pluralidad (también la lingüística), crecimiento y lucha por el derecho más humano, el de la integridad moral.
Nadie merece que cualquiera pueda desvalijar su legado, y menos aún cuando éste viene dado de la mano de un país y una historia ya escrita. Unas lágrimas en el adiós, unos pésames eternos y un mundo paralelo al que viajar a través de cientos de páginas escritas con mucha vida.
La gran diferencia entre la desfachatez de algunos y la vida reencarnada en lecturas se encuentra en todos los homenajes en las bibliotecas y en el recuerdo inmortal de miles de lectores hacia Almudena Grandes.
«No hay amor sin admiración», decía ella.
Ojalá el don de admirar pudiera disfrutarlo cualquiera, pero dejaría de ser un don. La virtud de creer en un más allá social y escribirlo, decirlo y creerlo es lo que nos ayuda a admirar. Las habladurías no podrán nunca con la virtud de muchos que sí aman admirando.
El corazón puede helarse con muchos de los aires difíciles que llegan con fuerza, pero más intensa es la página de un libro que te cambia la vida.
Gabriel Forgas